La pesca fantasma: el verdadero terror de los mares
La pesca fantasma: el verdadero terror de los mares
Imagina lo siguiente: un pequeño barco, una persona pescadora con su red, y al día siguiente… parte de esa red ha desaparecido o se ha enganchado en el fondo del mar. Esa red que se perdió no desaparece por arte de magia: se queda en el agua, flotando o entre las piedras, atrapando peces, tortugas, aves marinas, entre otras especies. Esa es una red fantasma: un instrumento de pesca abandonado, perdido o descartado que sigue causando problemas en el mar.
Aunque muchas veces pensamos en la gran pesca cuando hablamos de contaminación por plásticos o material perdido, la pesca artesanal —aquella que realizan embarcaciones pequeñas, de bajo coste y cerca de la costa— también tiene su parte de responsabilidad. Y no por ser pequeña deja de generar un impacto importante.

¿Qué papel juega la pesca artesanal en este asunto?
Cuando una embarcación pequeña sale al mar con sus redes, trampas y anzuelos, la escala es mucho menor que la de los grandes buques, pero los riesgos siguen presentes. Las redes pueden perderse fácilmente por una boya suelta, un anclaje flojo, un enganche con las rocas o una tormenta inesperada, y muchas veces no hay una forma sencilla de recuperarlas. Tirarlas al mar o no preocuparse por rescatarlas acaba siendo la opción más rápida, y con el tiempo esas pequeñas pérdidas, repetidas por muchas embarcaciones, se acumulan y se transforman en un problema enorme: trozos de red, nailon y restos plásticos que se convierten en trampas acuáticas y que, poco a poco, se degradan hasta transformarse en microplásticos.

¿Qué efectos tienen estas redes fantasma en el mar y en nosotras y nosotros?
Las redes de pesca y los restos que quedan en el mar (trozos de nailon, anzuelos, boyas, cabos…), a pesar de ya no ser utilizados, siguen haciendo lo que fueron creados para hacer: atrapar. Una red perdida no deja de pescar por estar abandonada. Al contrario, puede seguir capturando peces, tortugas, delfines, aves marinas o incluso focas durante meses o años, en un proceso conocido como ghost fishing. Lo más triste es que esos animales quedan atrapados sin posibilidad de escapar, y la red continúa su ciclo, enredándose en otros organismos o desplazándose con las corrientes para repetir la historia en otro lugar.
Además, el daño no termina ahí. Cuando estas redes se asientan sobre los fondos marinos, aplastan corales, cubren praderas de posidonia y bloquean el paso de la luz, impidiendo que la vida marina crezca y se desarrolle. Con el tiempo, las fibras de plástico se van rompiendo en fragmentos cada vez más pequeños, hasta transformarse en microplásticos que se mezclan con el plancton y se cuelan en la cadena alimentaria. Así, lo que empezó como una red abandonada termina en el estómago de un pez y, con el tiempo, puede llegar también a nuestra alimentación.

Un estudio publicado en Marine Pollution Bulletin (Richardson, 2021) indica que más del 45 % de los macroplásticos que flotan en el océano proceden directamente de instrumentos de pesca perdidos o abandonados. Es decir, casi la mitad de la gran basura plástica que flota ahí fuera nació en cubierta.
Y si miramos más de cerca, el problema no se limita a las grandes redes. Los cabos de amarre, los restos de sedal o incluso los pequeños trozos de espuma que se desprenden de las boyas también terminan formando parte del paisaje submarino. Cada trozo libera microfibras sintéticas que no desaparecen nunca y que pueden ser ingeridas por peces, crustáceos y moluscos. Algunos estudios recientes han encontrado microplásticos en el 100 % de las muestras de mejillones y ostras analizadas en costas europeas. Es decir, el problema ya no está “allá abajo”: está también en nuestros platos.
En el fondo, lo que dejan las redes y los residuos de pesca es una especie de contaminación silenciosa y persistente. No se ve desde la orilla (aunque en nuestras limpiezas de playas se recoge gran cantidad), pero transforma los ecosistemas poco a poco, volviendo el mar más pobre y menos vivo. Por eso, cada red recuperada, cada trozo de cabo retirado o cada esfuerzo por reducir el uso de plásticos en la pesca es una pequeña victoria. Porque el mar, si le damos un respiro, tiene una increíble capacidad de regenerarse. Y si empezamos a cuidar lo que dejamos en él, aún podemos devolverle algo de lo que nos da cada día.

En resumen…
No se trata de culpar a las personas pescadoras artesanales, sino de reconocer que cada pequeña red perdida suma, y que la contaminación por plásticos y residuos de pesca no es solo cosa de grandes barcos. Si queremos que nuestras costas, nuestras olas, nuestros mares —y nuestras playas— sigan estando limpias y vivas, todas las personas tenemos que poner de nuestra parte: quienes pescan, buceadoras y buceadores, ciudadanía, voluntariado y asociaciones.
Así que la próxima vez que veas una red vieja en el puerto o que hables con alguien que pesca cerca de la costa, plantéate esto: ¿cómo podría haberse evitado esa red perdida? ¿Qué pequeño cambio podemos hacer mañana? Porque esos pequeños cambios, multiplicados por muchas embarcaciones, muchas personas y muchas playas… pueden marcar la diferencia.
Para más información acerca de los microplásticos, no dejes de visitar nuestro artículo “Microplásticos: un macroproblema.”
La pesca fantasma: el verdadero terror de los mares Leer más »











